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JMoracastellanos

En la calle Francisco Santo

Art. de opinión de Juan Gabriel Olivares

Son solo doscientos metros. Si presiono fuerte se parará la hemorragia. Esta calle es solitaria, ni siquiera los que fuman marihuana en este rincón cada día, en todo momento, están ahora para ayudarme.
No le había dicho nada para que se enfadase.

Solo doscientos metros y llegaré a donde hay luz, donde hay gente. Él no es malo, sólo tiene genio, y cuando bebe se pone muy mal, le convenceré para que no beba más porque hoy se ha pasado.

No me duele, pero noto el calor de la sangre por debajo de mis vestidos, me falta la fuerza, se va por la herida. No tenía que haber dejado el cuchillo a la vista. No tengo que tropezar, si me caigo quizá no pueda levantarme y no llegaré a la luz. ¡Que lejos está la plaza!, doscientos metros interminables. Veo la fachada iluminada de la iglesia de la Plaza Vieja, como la llaman aquí. En mi pueblo, en Rumania, también tenemos una plaza bonita, la más bonita del mundo, cuando me curen me volveré sin él, sin mi marido.

Ciento cincuenta metros. Noto el líquido caliente por debajo de mi ropa interior. La parte interna de los muslos esta lubricada por mi sangre. La ropa que él me pide que lleve, impide que se vea, pero la noto correr. Al alzar la cabeza, siempre gacha para evitar tropiezos, he visto una sombra entre la plaza y yo. Es una mujer con una bolsa en la mano. Viene. Pensaba que no podría llegar, ella me ayudará. Gracias a Dios.

Ya está cerca, alzo mi mano para recibir su amparo, su vida, ella no tiene herida que deje escapar su alma y su aliento, ella me puede ayudar. Zigzaguea a mi alrededor y evita mi contacto. Me tiene miedo, me huye. He intentado hablarle, llevo cuatro años en España y chapurreo bastante bien el castellano; el rumano también viene del latín, pero creo que solo he balbucido, no me ha entendido. Quizá ha pensado que le pedía dinero. Me ha tenido miedo, seguro. No puedo volver la cabeza para mirarla, me caería, pero noto su mirada en mi espalda; tengo que llegar, solo son cien metros, hay luz, hay gente en la plaza.

Derribos “el quieto”. Hace al menos cuatro años que ese cartel está ahí, mirandolo todo sin ver nada. “El quieto”, con ese nombre aun estará muchos años más. Mañana mi hijo trabaja, va a recoger manzanas a Sax, si el medico tarda mucho en curarme no podré hacerle la comida y mañana no tendrá que llevarse. Tengo que llegar a la plaza, allí me ayudarán. La luz es mas fuerte en el suelo, estoy llegando, no puedo levantar la mirada de mis pies, pero adivino los bancos. Si llego a uno podré descansar y alguien me llevará a curarme. Mañana mi hijo trabaja.

Me he sentado, hay gente que pasa por el otro lado de la plaza. Alzo mi mano e intento gritar para que vengan a ayudarme, no me oyen, me miran, pero solo ven a una mujer envuelta en harapos gesticulando y emitiendo sonidos que no entienden, no van a venir. Me duermo, mañana no podrá llevarse la comida mi hijo. No siento dolor. No fuera del alma, ahí sí sufro, es en mi cuerpo donde faltan las sensaciones, me duermo. Alguien se acerca, me van a ayudar, me duermo.

El 12 de Agosto del 2007, una mujer rumana de 44 años, fue asesinada en Novelda por su marido. La policía encontró a una pareja cuya mujer dormía en un banco de la Plaza Vieja. Al interpelar al hombre, este dijo que había encontrado a su mujer acostada en el banco con la puñalada en el pecho. Afirmó no saber nada más. Xxxxxx murió horas después en el hospital y su marido confesó el crimen. He buscado en las hemerotecas y ningún medio dio el nombre de la fallecida, era, se llamaba, “una mujer rumana”, en todos los medios. La asesinada era una mujer, una mujer maltratada y una mujer rumana, mala combinación. Se llamaba Xxxxxxx. Nunca fue objeto de conversación en mi círculo de amistades ni en ningún otro, nadie la recuerda, nadie recuerda ese crimen. Xxxxxx era una mujer rumana. Su hijo no fue a trabajar al día siguiente, y el cartel de “El Quieto” sigue ahí, observando la calle Francisco Santo.

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