Manifiesto ¿Por qué un nuevo partido?
Partimos de un supuesto revolucionario: que los ciudadanos no nacen  siendo ya de izquierdas o de de derechas ni con el carnet de ningún  partido en los pañales. Vamos aún más lejos,a riesgo de escandalizar a  los timoratos: consideramos a los ciudadanos capaces de pensar por sí  mismos y de elegir en consecuencia, de acuerdo con las ofertas de los  partidos y su experiencia de la situación histórica que vivimos. Por  tanto no creemos que nadie esté obligado a votar siempre lo mismo o a  resignarse a las opciones políticas vigentes, cuando ya le han  decepcionado anteriormente. 
 
 Ser considerados de izquierdas o derechas no nos parece el centro del  problema, aunque nos apiadamos cordialmente de quien carece de mejores  argumentos para descalificar al adversario. En realidad, ni la izquierda  ni la derecha son ideas platónicas, invulnerables al paso del tiempo y a  los cambios sociales. Cuando hablamos de izquierda o derecha no estamos  refiriéndonos a la Guerra Civil, ni a la Segunda Guerra Mundial, ni a  la Revolución Rusa o Francesa… sino a los muy concretos partidos que se  ponen esa etiqueta en el día de hoy. Y resulta evidente que ha habido  notables transformaciones: por ejemplo, ayer la izquierda y la derecha  parecían representar clases o niveles económicos, pero hoy abundan los  multimillonarios estruendosamente izquierdistas (sobre todo en medios de  comunicación o artísticos) y asalariados modestos que son belicosamente  derechistas. Nosotros no tenemos reparo en declarar que si ser de  izquierdas ahora es apoyar en España las exigencias nacionalistas o  separatistas, la asimetría regional o el diálogo político con los terroristas, y en política exterior tener como referentes a Fidel Castro  o Chávez… entonces somos de derechas. Y que si pertenecer a la derecha  exige considerar la homosexualidad una enfermedad (y el matrimonio entre  personas del mismo sexo una indecente aberración), un delito el aborto o  la experimentación genética con fines curativos, y tener a los padres  por exclusivos responsables de la formación ética de sus hijos aún en  cuestiones cívicas, además de estar obligados a apoyar la invasión de  Irak, o a considerar inalterable la distribución de la renta y  resignarse ante la pobreza de millones de hombre y mujeres… pues  entonces no habrá más remedio que ser de izquierdas. 
 
 Para evitar este falso dilema, nosotros preferimos hablar de progresismo  en vez de izquierda o derecha. Ser progresista es luchar contra las  tiranías que pisotean la democracia formal, así como contra la miseria y  la ignorancia que imposibilitan la democracia material. Y ni los  actuales partidos de izquierda ni los de derechas tienen el monopolio  del progresismo, aunque ambas tradiciones políticas han contribuido a  él. A nosotros nos gustaría ser capaces de aprovechar los elementos  positivos de unos y de otros, pero sin tener que cargar con sus  prejuicios y resabios reaccionarios, que existen en los dos campos. No denunciamos que los partidos actuales  lo hagan todo mal, sólo señalamos que ninguno lo hace tan bien como para que debamos renunciar a  buscar alguna alternativa mejor. Ser progresista, además, significa  creer que la actividad política puede y debe mejorar las condiciones de  nuestra vida como colectividad: a algunos no les interesa la política  más que como medio para defenderse del Estado, pero nosotros queremos  lograr por medio de la política un Estado que nos defienda mejor a  todos. Los ciudadanos no podemos excluirnos de la vida política, ni  refugiarnos cuando no nos gustan las leyes o las decisiones  gubernamentales en la abstención o en la renuncia a exigir el respeto a  nuestros derechos y libertades. Porque, queramos o no, sí que es en  nuestro nombre como se legisla o se gobierna: luego no hay más remedio  que implicarse para que nuestras ideas tengan voz y estén lo mejor  representadas que sea posible. Por eso emprendemos esta aventura y  recabamos el apoyo de nuestros conciudadanos. 
 
 
 Para qué este nuevo partido 
 
 La base de la ciudadanía democrática es la igualdad en libertad: iguales  leyes para todos y todos iguales ante las leyes. Este objetivo exige,  como es lógico, la cohesión institucional y simbólica del Estado  encargado de definir y garantizar los derechos concretos de los  ciudadanos. Pues bien, creemos que esa igualdad está hoy amenazada en  España, fundamentalmente por culpa de los excesos de un modelo  territorial sometido a constante desbordamiento por las pretensiones  nacionalistas. 
 
 Tales exigencias en perpetuo crescendo han contagiado en gran medida al  resto de los grupos políticos dentro de cada Comunidad Autónoma. El  separatismo –al menos retórico- es contagioso y los no nacionalistas se apresuran a mostrarse aparentemente tan  identitarios como los demás, por miedo a perder los votos de una mayoría  que no entiende ya la defensa de lo suyo más que como un desafío a lo  de todos. En consecuencia, las atribuciones del Estado se desdibujan y  cuando trata de imponer su autoridad parece que atropella los santos  derechos regionales. En las escuelas se subrayan todas las diferencias  como fundamentales y eternas, mientras se muestra lo común que nos une  como algo impuesto y transitorio. Lo propio es siempre víctima de lo  común, lo que no pertenece a nuestra demarcación no existe o es una  amenaza. La bienintencionada descentralización autonómica se ha  convertido en licencia para fabricar algo así como virtuales miniestados  regidos por burocracias arrogantes, quisquillosas…e inamovibles. 
 
 Esta peligrosa deriva se muestra especialmente dañina en lo tocante al  uso y aprendizaje de la lengua española. Un Estado de Derecho necesita  una lengua común, cuyo empleo no sólo es elección personal sino ante  todo instrumento político para la realización dialéctica de la propia  democracia. Todas las lenguas de nuestra nación son respetables y dignas  de fomento, pero la castellana es además imprescindible como vehículo  de entendimiento general y debate de las cuestiones que atañen a toda la  comunidad. La enseñanza pública tiene que considerarla así y no como  una más entre otras, cuando no como un molesto accesorio que sólo se  llega a ofrecer a los estudiantes tras muchos y difíciles  requerimientos. Por supuesto, los que más padecen del arrinconamiento  docente del castellano son los económicamente menos favorecidos y los  inmigrantes, es decir los que necesitan la lengua para integrarse  laboral y socialmente en el marco estatal más amplio posible y no tienen  recursos para acudir a escuelas privadas en las que recibirán docencia  en la lengua que mejor les convenga. 
 
 Nosotros estamos, naturalmente, por la España plural de los ciudadanos  iguales y distintos, pero no por la España asimétrica de los territorios  enfrentados, radicalmente contraria al principio democrático de  igualdad. No queremos un Estado de Derecho uniforme ni mucho menos  uniformado pero sí desde luego unitario y descentralizado. El fetichismo  de la diferencia a ultranza nos parece una insigne majadería política,  de la que viven unos cuantos iluminados y numerosos mangantes de la  política local. Creemos que en España se está reeditando el viejo  caciquismo, es decir, que dueños cuasi-feudales de cada región hacen y  deshacen en su territorio halagando el narcisismo localista y comprando  luego la benevolencia gubernamental a base de apoyos hábilmente  negociados en el parlamento estatal. Por ello uno de nuestros objetivos  es conseguir un peso suficiente en el Parlamento español como para poder  contribuir a formar alternativas de gobierno libres de hipotecas  nacionalistas. 
 
 Pero la igualdad de los ciudadanos tiene también otras amenazas. Un  Estado democrático tiene que ser laico, es decir, neutral ante todas las  creencias religiosas respetuosas con los Derechos Humanos y con nuestro  sistema jurídico, y también ante la creencia de los que no creen en  religión alguna. El laicismo no es una postura antirreligiosa ni  irreligiosa (hay laicistas muy creyentes) sino opuesta solamente a la  manipulación teocrática de las instituciones públicas. El Estado laico  reconoce la fe religiosa como un derecho de cada cual –sometido  únicamente a las leyes civiles pero no como un deber de nadie y mucho  menos de los poderes públicos en tanto legislan, educan o financian  diversas actividades culturales. La manifestación pública de las  religiones es perfectamente lícita pero debe efectuarse siempre a título  privado, no como obligación colectiva o institucional. Por tanto es  evidente que en la escuela pública no deberían darse cursos de ninguna  religión, lo mismo que tampoco deberían ofrecerse lecciones de ateísmo.  Nosotros, en pos de la igualdad de todos los creyentes y no creyentes,  quisiéramos alcanzar un Estado realmente laico, en el que ninguna  religión perdiera sus derechos pero desapareciesen los privilegios  actuales de ciertas confesiones, que en ocasiones convierten el interés  general en rehén de creencias particulares. De la misma manera,  quisiéramos un Estado también laico en materia identitaria, donde las  instituciones no presionen ilícitamente a los ciudadanos para que se  integren contra su voluntad en determinado modelo de identidad,  supuestamente cultural o lingüística pero normalmente nacionalista. 
 
 Por supuesto, la desigualdad entre los ciudadanos tiene también a veces  causas económicas. Nosotros creemos que toda riqueza es social y se debe  en último término a la sociedad, aunque provenga de la iniciativa  individual que lícitamente se beneficia de ella. La mejor forma de  redistribuir la riqueza socialmente acumulada son unos efectivos y  accesibles servicios públicos para atender cuestiones básicas:  educación, sanidad, comunicaciones, transporte, asistencia social a  niños, minusválidos y ancianos, pensiones, etc… Unos servicios que han  de tener calidad y deben gestionarse con eficiencia, evitando derroches  en los recursos, mediante la concurrencia de los sectores público y  privado, adoptándose las fórmulas que mejor respondan a los objetivos de  atención a todos los ciudadanos y que, en todo caso, estarán sujetas a  la supervisión del Estado. Los ciudadanos deben tener las mismas  oportunidades de acceso a esos servicios y un mismo tratamiento en  ellos, con independencia del lugar en el que residan, para lo que hay  que asegurar una equitativa financiación pública, eliminándose los  privilegios que hoy día otorgan los sistemas de Concierto en el País  Vasco y Navarra, y los que se pretenden imponer a través de las reformas  de los Estatutos de Autonomía. Y, por otra parte, la redistribución de  la riqueza requiere que el sistema fiscal mejore su control sobre todas  las fuentes de renta y no penalice, como ocurre actualmente, a los  trabajadores asalariados mientras privilegia a los perceptores de rentas  del capital. El refuerzo de los servicios públicos y la seguridad  social –no permitiendo que se deterioren por dejadez intencionada para  fomentar luego su privatización- ha de ser una de las prioridades de  nuestro partido. 
 
 En resumen: un nuevo partido para garantizar la unidad institucional y  la coordinación tanto legal como fiscal del Estado de Derecho, así como  su rigurosa laicidad y optimización de servicios públicos, a fin de  posibilitar la real igualdad de los ciudadanos en el ejercicio de sus  libertades democráticas. 
 
 
 Primeras propuestas 
 
 Avanzamos algunas de nuestras propuestas principales: 
 1 - Reforma de la Constitución, centrada en tres ámbitos principales: 
 
 a) cierre del modelo territorial mediante la atribución  al Estado de un conjunto de competencias fundamentales (por ejemplo  educación y fiscalidad, además de las que tiene actualmente) que no  deben ser delegadas. Igualdad básica de competencias para todas las  Comunidades Autónomas. Desaparición de la referencia a los “derechos históricos” y de la  disposición transitoria cuarta relativa a la eventual fusión de la CAV y  la Comunidad foral de Navarra. 
 
 b) mejora y refuerzo de los derechos y obligaciones individuales,  que deben ser estrictamente iguales para todos los ciudadanos del país,  sin someterlos a discriminaciones territoriales, ideológicas ni  religiosas, así como a políticas de supuesta “normalización lingüística”  o a precedencia de los nativos sobre los inmigrantes de otras partes de  España. 
 
 c) mejora de la división de poderes, en especial  reforzando la autonomía del poder judicial respecto al ejecutivo  (revisión del papel del Fiscal General, por ejemplo) y el legislativo,  consolidando la unidad del sistema judicial en todo el país y evitando  su despiece en sistemas autonómicos independientes. También deben  buscarse fórmulas que garanticen la independencia y profesionalidad del  Tribunal Constitucional, del Tribunal de Cuentas y de los Órganos  Reguladores de carácter económico, eliminando su dependencia del poder  ejecutivo. 
 
 2 - Para hacer efectiva la laicidad del Estado, revisión de los actuales acuerdos concordatarios con la Santa Sede y con las demás confesiones religiosas. 
 
 3 - Reforma de la Ley Electoral, que deberá corregir la  desproporcionada representación de los grandes partidos revisando el  sistema de circunscripciones electorales y acabar con la excesiva  preponderancia de los partidos nacionalistas, a los que se concede en la  práctica un poder de arbitraje que da origen a la extensión de lo que  hemos llamado “nacionalismo obligatorio”, así como de sus imitaciones  regionalistas. 
 
 4 - Promover cuantas medidas políticas aumenten y refuercen la calidad de la educación pública laica y de la investigación científica y se opongan a la difusión del  fanatismo y de la ignorancia, incluyendo la introducción de asignaturas  concebidas para enseñar los principios éticos y políticos comunes a  todos los españoles con independencia de su lengua materna, lugar de  residencia o creencias religiosas e ideológicas. En este sentido,  reclamaremos el escrupuloso cumplimiento del derecho a la escolarización  en la lengua materna, atacado y negado en varias comunidades autónomas,  y nos opondremos a toda medida de discriminación política y social  basada en supuestos lingüísticos considerados normalizadores por el  nacionalismo, defendiendo en cambio la normalidad de la prevalencia de  la lengua común sobre la particular, que si bien debe ser reconocida,  protegida legalmente y empleada por la Administración para garantizar el  bilingüismo donde éste exista realmente, de ningún modo debe imponerse a  los ciudadanos como requisito indispensable para ejercer cualquier  empleo público o tener un negocio privado. 
 
 5 - Medidas de regeneración democrática que vinculen  más estrechamente a los representantes políticos con sus representados  –examinando la posibilidad de introducir un sistema electoral con listas  abiertas, la elección directa de los cargos personales principales como  presidencias de gobiernos (nacional y autonómicos) o alcaldías, la  limitación de mandatos-, e introduzcan incompatibilidades más rigurosas  entre el ejercicio de cargos públicos y negocios privados. También propondremos medidas que prevengan pactos poselectorales que desvirtúen o  tergiversen el resultado electoral, que hagan más transparente la  financiación de los partidos políticos y mejoren su autonomía de los  grandes poderes económicos. 
 
 6 - Medidas para combatir el terrorismo que pongan el  énfasis en la derrota de ETA y de las demás organizaciones terroristas,  combatiendo sus acciones violentas, persiguiendo su financiación e impidiendo su justificación política e ideológica. En sus peores  manifestaciones, el terrorismo debe ser considerado un crimen contra la  humanidad, de manera que los delitos terroristas sean imprescriptibles y  sujetos a jurisdicción universal. En ningún caso debe ser considerado  como una forma aceptable o justificable de la acción política, y debe  ser proscrito en todas las sociedades. 
 
 7 - Medidas económicas y sociales que, respetando la  estabilidad macroeconómica, promuevan el desarrollo y la competitividad  de la economía española, corrigiendo las desigualdades regionales. El  Estado ha de mejorar la educación, formación y seguridad de los  trabajadores, propiciar por medio de las infraestructuras la integración  del mercado interior, favorecer la investigación y la innovación en las  empresas, y garantizar la libertad económica el ejercicio de la  competencia. 
 
 8 - Política internacional sensible a las  transformaciones consecuencia de los procesos de globalización e  integración mundial, incluyendo el intercambio de grandes poblaciones de  distinta tradición cultural a través de la inmigración económica y  política, con vistas a lograr que estos grandes cambios, en lugar de  favorecer la intolerancia cultural, el fundamentalismo religioso y la  tiranía política, impulsen el progreso de la humanidad y el libre  desarrollo de la civilización y de los principios democráticos  universales en todo el mundo. Que, por otra parte, corrija el apoyo  prestado a regímenes autoritarios o populistas tanto en Latinoamérica como en el  norte de África, dando una respuesta justa y equitativa a la deuda moral que los españoles tenemos  contraída con el pueblo saharaui. Que, afirmando la soberanía nacional  en los foros internacionales, promueva también la profundización de la  integración europea, fortaleciendo a la Unión Europea en los terrenos  político y de defensa para que los europeos podamos encontrar el lugar que nos  corresponde en el concierto internacional. 
 
 Con respecto a Europa, queremos afirmar nuestra confianza en la  consecución de una Unión profundamente democrática, que progrese en la  abolición de las fronteras interiores, favorezca la libertad de  circulación y residencia de los ciudadanos europeos y persiga la  convergencia fiscal, jurídica y educativa de los Estados europeos. 
 
 9 – Medidas racionales en política medioambiental que  hagan compatibles el desarrollo económico y tecnológico con la  protección del medio ambiente y especialmente de la biodiversidad, potenciando el ahorro energético, la investigación del cambio climático y  las posibles medidas correctoras, la mejora de la legislación  protectora de espacios naturales, y la mejora progresiva de la calidad  ecológica de las ciudades y del conjunto del territorio, oponiéndonos a  la destrucción del litoral y de áreas naturales sensibles por una  urbanización abusiva o usos inadecuados. 
 
 
 Conclusión 
 
 Ninguno de los grandes partidos nacionales actuales -menos aun los  nacionalistas- defiende propuestas equivalentes a las nuestras. Su  firmeza contra el nacionalismo obligatorio resulta discutible, pues  ninguno ha dejado de hacer concesiones que atacan la igualdad de la  ciudadanía española en materia lingüística, educativa, fiscal o de  servicios públicos. Tampoco ninguno propone la reforma de la Constitución que, lógicamente, necesita adaptarse a las  nuevas condiciones políticas del país y a un mundo en permanente  cambio. Ni propugnan una reforma de la legislación electoral que quizá  perjudicase sus expectativas, a pesar de que mejoraría la democracia al  conseguir una representación más proporcionada de las corrientes  sociales existentes, combatiendo el auge de la abstención y de la  aversión a la política. Ninguno insiste en profundizar el laicismo del  Estado para hacer frente al auge del fundamentalismo religioso, a las  intromisiones exageradas del clero en la enseñanza pública y a la  multiplicación de políticas identitarias que pretenden dictar los  sentimientos de pertenencia y comunidad. Ninguno, finalmente, está  interesado en proponer reformas que revitalicen la democracia mermando  el poder de los aparatos de los partidos en beneficio de una  deliberación pública y abierta, más allá de la alienación sectaria y del  dogmatismo carente de ideas. 
 
 Estas son, en cambio, las propuestas que hace nuestro partido. Sólo  aspira a existir mientras sea necesario para resolver los problemas que  nos preocupan. Nos obliga a nacer el inmovilismo conformista de los  partidos ya existentes, y estamos convencidos de que las reformas que  proponemos son indispensables para hacer frente con éxito a la  disgregación del Estado, para conseguir la derrota del terrorismo sin  pagar precio político alguno, y sobre todo para aumentar la libertad e  igualdad de todos nosotros. Creemos que estas ideas y objetivos  políticos no son, en sí mismas, ni de izquierdas ni de derechas, sino  que pueden ser compartidas por cuantos quieren el progreso de nuestro  país, España, y una democracia más libre e igualitaria que lo haga  posible.
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